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Revista
máshistoria.com
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::DOSSIER |
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Los
orígenes
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Loba
Capitolína,
siglos VI-V a.C. (Roma) |
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En
el siglo VIII a.J.C., dos grandes civilizaciones habían
echado sus raíces en la península Itálica. En las tierras
de lo que más tarde sería la Toscana, las evolucionadas
ciudades etruscas se encaminaban a su máximo esplendor. En el
sur de la península y en Sicilia, la colonización griega hacía
florecer una cultura semejante a la de la Hélade en ciudades
como Tarento y Siracusa. El resto de los pueblos de Italia,
como los latinos y samnitas, situados entre los dos
anteriores, se hallaba en un nivel bajo de civilización. En
la parte central de la península Itálica, el río Tíber,
cerca ya de su desembocadura, cruzaba un área de tierras
pantanosas, entre las que sobresalían unas colinas cubiertas
de bosques. El lugar era estratégico para los pueblos
vecinos: los latinos pastoreaban en él sus ganados, los
sabinos comerciaban la sal de la costa transportándola río
arriba. |
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Y
los etruscos acudían desde el norte a vender sus
manufacturas a los pueblos ribereños menos evolucionados. En
la colina del monte Palatino, junto al río, se estableció a
mediados del siglo VIII un núcleo de población compuesto de
agricultores y ganaderos, entre los cuales debía de haber
también mercaderes. Con posterioridad, diversos autores
recogieron y dieron forma literaria a antiguas leyendas acerca
de la fundación de la ciudad, que se fijó convencionalmente
en el 753 a.J.C.
Según ellas, el fundador, Rómulo,
descendiente del héroe troyano Eneas, fue amamantado en su niñez,
junto con su hermano Remo, por una loba, que se convirtió en
el símbolo de la urbe. |
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Sarcófago
Etrusco de los Esposos
(Roma) |
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De
acuerdo con las fuentes tradicionales, siete reyes gobernaron
la ciudad a lo largo de dos siglos y medio, durante los cuales
el territorio dominado por Roma fue creciendo paulatinamente.
Los cuatro primeros, Rómulo, Numa Pompilio, Tulo Hostilio y
Anco Marcio, parecen ser puramente legendarios, y tanto sus
nombres como sus hechos debieron ser inventados y narrados
varios siglos después de la época fundacional. Los tres últimos,
Tarquino el Viejo, Servio Tulio y Tarquino el Soberbio, cuya
existencia está más documentada, habrían sido etruscos, y
su gobierno se habría extendido a lo largo de la mayor parte
del siglo VI. La monarquía etrusca coincidió con un avance
cultural y económico notable: los romanos, pueblo de
mentalidad práctica, adoptaron el alfabeto griego, que
modificaron hasta crear el abecedario latino que
posteriormente utilizarían gran parte de las lenguas del
mundo. Tanto los etruscos del norte como los griegos del sur
influyeron enormemente en la formación de la cultura específicamente
latina.
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[inicio]
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La
República y la Expansión por el Mediterráneo
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Mosaico
romano del siglo I a.C. (Palestrina) |
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La
tradición sitúa el establecimiento de la república en 509
a.J.C., cuando el poder ejecutivo del rey pasó a dos
magistrados elegidos anualmente, los pretores, llamados
posteriormente cónsules. En los primeros tiempos de la república,
sólo los miembros de las familias más poderosas, los
patricios, estaban facultados para intervenir en el gobierno
de la ciudad. Formaban el senado, asamblea compuesta por los
jefes de las principales familias, que ocupaban su puesto de
forma vitalicia. Las tensiones entre patricios y plebeyos
culminaron cuando, por dos veces, los plebeyos abandonaron la
urbe y se concentraron en el monte Aventino, amenazando con la
construcción en él de una ciudad rival. El senado hubo de
plegarse a sus condiciones, autorizando las asambleas de los
plebeyos, que nombraban a los tribunos de la plebe,
inviolables, facultados con poderes para proteger al pueblo de
las acciones arbitrarias de los magistrados. |
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La presión de
los plebeyos fue obteniendo nuevas concesiones, hasta que, al
lograr en el 300 su acceso a la dignidad sacerdotal, quedó
completada la igualdad jurídica entre todos los ciudadanos de
la república. La
Roma monárquica había formado parte de una confederación de
ciudades latinas. La caída de los reyes etruscos trajo
consigo un movimiento de las poblaciones vecinas hacia una
mayor autonomía, lo que obligó a Roma a intensificar sus
esfuerzos bélicos hasta reconstruir la Liga latina, esta vez
bajo su predominio. A lo largo del siglo V a.J.C. fueron
cayendo en su poder diversos pueblos. Los galos, procedentes
de la llanura centroeuropea, invadieron, a comienzos del siglo
IV a.J.C., el norte de Italia, batiendo a los etruscos.
Continuando su descenso por la península, los galos chocaron
con los ejércitos romanos junto al río Alia y los
derrotaron. Se apoderaron de Roma, a excepción del Capitolio,
al que pusieron sitio, y abandonaron después la ciudad,
llevando consigo un gran botín. Roma se recuperó rápidamente
y en pocos años se configuró como la fuerza más poderosa de
la Italia central, al tiempo que la decadencia hacía presa en
las ciudades etruscas, víctimas de repetidos ataques galos
que contribuyeron a arruinar su civilización.
La
ciudad de Capua solicitó la ayuda de Roma frente a sus
enemigos samnitas. La influyente comunidad samnita de Roma,
que ya se estaba convirtiendo en una metrópoli a la que acudían
inmigrantes de pueblos cada vez más diversos, consiguió que
la ciudad cambiara de bando. Vencida Capua, Roma dio comienzo
a una larga serie de guerras contra sus vecinos, que acabarían
por darle el dominio de Italia. En el transcurso de la segunda
guerra samnita, el ejército romano fue vencido. Sin embargo,
la tercera guerra samnita dio a Roma la aplastante victoria de
Sentinum (295) sobre una coalición de sus principales
enemigos. El expansionismo de Roma, convertida ya en gran
potencia, se volcó sobre las ricas ciudades griegas del sur
de la península. Roma sometió a las ciudades dominadas a
diversos regímenes jurídicos, respetando básicamente las
instituciones propias de gobierno de cada una. Llevó a cabo
una hábil política, concediendo, en algunos casos, la
ciudadanía romana. El resultado fue el logro de un amplio
territorio en el que el orden jurídico, uniformizado y
garantizado, permitía la expansión de los intercambios
comerciales y el mantenimiento de un ejército sin rival. Muy
pronto se construyeron las primeras grandes vías de
comunicación terrestre y se estableció el dominio marítimo
de la costa peninsular. Ciudadanos romanos constituyeron
colonias, primero en el Lacio y más tarde en el resto de la
península Itálica.
A
mediados del siglo III Roma emprendió la expansión que le
adjudicaría el dominio del Mediterráneo. En este proceso
chocó con un poderoso enemigo, Cartago. La ciudad
norteafricana dominaba un extenso imperio comercial que
comprendía, además de las costas africanas, el sur de la península
Ibérica, Córcega, Cerdeña y la mayor parte de Sicilia. Las
tres islas cayeron en poder de Roma tras la primera guerra púnica
(264-241). Algo después Roma comenzó la colonización del
valle del Po, imponiéndose a los galos que se habían
establecido allí en el siglo IV. También las costas
orientales del mar Adriático cayeron bajo su influencia, como
consecuencia de las campañas emprendidas contra los piratas
que tenían sus bases en las costas de Iliria. Una nueva
guerra con Cartago, la segunda guerra púnica, estalló en el
218 a.J.C. A su término (201), la ciudad africana dejó de
ser una potencia rival y gran parte de la península Ibérica
cayó, con sus riquezas mineras, en poder de Roma. La tercera
guerra púnica (149-146 a.J.C.) terminó con la destrucción
definitiva de Cartago y la incorporación a Roma de los restos
de su imperio.
Al
tiempo que se hacía dueña del Mediterráneo occidental, Roma
emprendió su expansión por la zona oriental. La intervención
en Macedonia y Grecia dio comienzo en tiempos de la segunda
guerra púnica, pero Macedonia no se convirtió en provincia
romana hasta 148 a.J.C., en tanto que dos años más tarde la
destrucción de Corinto señalaba el fin de toda aspiración
griega a la independencia. A comienzos del siglo I a.J.C.,
Roma reanudó su expansión por Asia Menor, Siria y Judea. A
partir de 125 a.J.C. comenzó la ocupación romana de la Galia
Narbonense, con objeto de establecer un pasillo de comunicación
terrestre entre Italia y los dominios hispanos. Cimbrios y
teutones, pueblos procedentes de la península de Jutlandia,
descendieron por la Europa central, hasta chocar con las
legiones romanas, a las que batieron en Orange en el 105 a.J.C.
Roma, recordando la antigua invasión gala, aprestó todas sus
fuerzas, y el cónsul Cayo Mario consiguió hacer retroceder a
los invasores nórdicos, venciendo a los teutones en Aix-en-Provence
(102 a.J.C.).
Dueña
Roma de un inmenso imperio, los habitantes de la ciudad, que
en los primeros tiempos de la república habían constituido
un pueblo sobrio, guerrero y trabajador, comenzaron a
disfrutar sin reparos de las inmensas riquezas acumuladas.
Desapareció el servicio militar como derecho y deber del
ciudadano, y las legiones comenzaron a nutrirse de mercenarios
procedentes de toda Italia y, más tarde, de todos los
rincones del imperio, lo que trajo consigo una intensa mezcla
de etnias y costumbres. El proletariado romano se constituyó
en una gran clase ociosa, que vivía miserablemente de las
subvenciones y repartos gratuitos de comestibles, frecuentando
las termas y entretenido con los juegos públicos y circenses.
El viejo sistema político republicano, edificado por y para
una ciudadanía identificada con su ciudad, era cada vez menos
capaz de funcionar en una sociedad enriquecida que había
perdido sus ideales. Así se inició un largo período de
inestabilidad interna que sólo cesó cuando la vieja república
romana se transformó en imperio.
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[inicio]
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|
Las
Guerras Civiles
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 |
Busto
de Julio César
(Florencia) |
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Los
últimos decenios del siglo II conocieron las luchas sociales
que tuvieron como protagonistas a los hermanos Tiberio y Cayo
Graco, elegidos tribunos de la plebe. Ya no se trataba, como
en los comienzos de la república, de la reivindicación de
igualdad de derechos por parte de los plebeyos, sino la
protesta del pueblo, reducido a la miseria, contra los ricos,
y muy especialmente contra la nobleza senatorial, detentadora
de la gran propiedad de las tierras de Italia. Más tarde
generales victoriosos, como Mario, vencedor de los cimbrios y
teutones, y Lucio Cornelio Sila, pacificador de Italia,
aprovecharon el poder de sus ejércitos y su popularidad entre
el pueblo para tratar de apoderarse del estado romano. El
senado, temeroso de su prepotencia, intervino más o menos
abiertamente contra ellos. La guerra social estalló en Italia
cuando los habitantes de la península reclamaron la ciudadanía
romana, para tener acceso al reparto de tierras públicas. En
91 a.J.C. se extendió por la península una verdadera guerra
civil, que sólo tuvo final cuando al cabo de tres años fue
concedida la ciudadanía romana a todos los italianos. |
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En
el año 88 a.J.C. se produjo en Asia Menor una importante
rebelión contra el poder romano. El senado confió el mando
del ejército a Sila, pero la plebe romana lo destituyó y
proclamó en su lugar a Mario. Al frente de las tropas
expedicionarias, Sila se apoderó de Roma, hizo desterrar a
Mario y restableció el poder senatorial. De nuevo emprendió
camino de Asia, circunstancia que los partidarios de Mario
aprovecharon para apoderarse otra vez de la capital. Tras
restablecer la autoridad de Roma en Oriente, Sila regresó a
la urbe. En 82 a.J.C. derrotó a los partidario de Mario en la
batalla de Porta Collina, y estableció en Roma una dictadura
durante la que fortaleció el poder de las clases altas y
limitó atribuciones de los tribunos de la plebe, haciendo
promulgar las leyes cornelianas.
Una
rebelión de esclavos, acaudillados por el gladiador Espartaco,
estalló en 73 a.J.C. Durante dos años, un gran contingente
de esclavos rebeldes puso en peligro las mismas bases de la
república romana, hasta que fueron exterminados por el ejército,
al mando de Cneo Pompeyo. El senado, celoso del poder de éste,
desautorizó su obra legislativa en Oriente y su promesa de
reparto de tierras entre los veteranos de guerra. Como
respuesta, Pompeyo se alió a otros dos líderes poderosos,
Julio César y Marco Licinio Craso, para hacer frente a la
nobleza senatorial. El primer triunvirato (60 a.J.C.), mantuvo
el equilibrio de poder durante varios años, en los cuales César
llevó a cabo la conquista de las Galias. Pero en 52 a.J.C.,
el senado intentó apoyarse en Pompeyo para destruir el
creciente poder de César. Estalló la guerra civil, y los
partidarios de Pompeyo fueron batidos. César se autonombró
dictador perpetuo, asumiendo todos los poderes. En 44 a.J.C.
fue asesinado por un grupo de senadores conjurados.
En
43 a.J.C. se constituyó el segundo triunvirato, del que
formaban parte Marco Antonio, Marco Emilio Lépido y Cayo
Octavio. Lépido fue anulado, Octavio se hizo hábilmente con
el poder en Occidente, y Marco Antonio acrecentó su
impopularidad a causa de su comportamiento despótico. A la
muerte de Marco Antonio (31 a.J.C.) a consecuencia de la
batalla de Actium, Octavio quedó como único dueño de Roma.
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[inicio]
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|
El
Imperio
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Después
de un siglo de luchas civiles, el mundo romano estaba deseoso de
paz. Octavio se encontró en la favorable situación del que
detenta un poder absoluto, en un inmenso imperio cuyas
provincias estaban pacificadas, mientras que en la capital la
aristocracia se encontraba exhausta y debilitada. El senado no
estaba en condiciones de oponerse a los deseos del general, dueño
del poder militar. La habilidad de Augusto (nombre que adoptó
Octavio en el 27) consistió en conciliar la tradición
republicana de Roma con la de monarquía divinizada de los
pueblos orientales del imperio. |
 |
Imperio
Romano (siglo III) |
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Bajo
la apariencia de un retorno al pasado, Augusto encarriló las
instituciones del estado romano en sentido opuesto al
republicano. La burocracia se multiplicó, de forma que los
senadores no eran suficientes para garantizar el desempeño de
todos los cargos de responsabilidad. Ello facilitó la entrada
de la clase de los caballeros en la alta administración del
imperio. Los nuevos administradores lo debían todo al emperador
y contribuían a favorecer su poder. Poco a poco, el senado,
hasta entonces coto exclusivo de las antiguas grandes familias
romanas, fue admitiendo a itálicos y más tarde a miembros
procedentes de todas las provincias. El largo período durante
el que Augusto fue dueño de los destinos de Roma (27 a.J.C.-14
d.J.C.) se caracterizó por la paz interna («pax romana»), la
consolidación de las instituciones imperiales y el desarrollo
económico. Las fronteras europeas se fijaron en el Rin y el
Danubio, se completó el dominio de las regiones montañosas de
los Alpes y la península Ibérica, y se emprendió la conquista
de Mauritania.
El
problema más importante que quedó sin solucionar por completo
fue el de la sucesión en el poder. No existió nunca un orden
sucesorio definido, ni dinástico ni electivo. Después de
Augusto se turnaron en el poder diversos miembros de su familia.
La historia ha puesto de relieve las miserias personales y la
inestabilidad de la mayor parte de los emperadores de la dinastía
Julio-Claudia, como Calígula (37-41) y Nerón (54-68).
Probablemente se ha exagerado, ya que las fuentes históricas
que han llegado a nuestros días se deben a autores frontalmente
enemistados con tales emperadores. Pero si la corrupción y la
desmesura reinaban en los palacios romanos, el imperio, sólidamente
organizado, no pareció resentirse por ello lo más mínimo. El
sistema económico funcionaba eficazmente, había una relativa
paz en casi todas las provincias y, más allá de las fronteras,
no existían enemigos capaces de medirse con el poder de Roma.
En Europa, Asia y África las ciudades, base administrativa del
imperio, crecían y se hacían cada vez más cultas y prósperas.
Al primitivo panteón romano, se fueron añadiendo centenares de
dioses. El cristianismo desde sus oscuros orígenes en Judea, se
fue propagando por todo el imperio, principalmente por las
clases bajas urbanas. El imperio romano sólo comenzaría a ser
rígido e intolerante en materia religiosa cuando adoptó el
cristianismo como religión oficial, ya avanzado el siglo IV.
El
siglo II, conocido como el siglo de los Antoninos, ha sido
considerado por la historiografía tradicional como aquel en el
que el imperio romano llegó a su cenit. Efectivamente, la
población, el comercio y el poder del imperio estaban en su
apogeo, pero ya comenzaban a percibirse señales de que el
sistema se estaba agotando. Con posterioridad a esta época, el
imperio no tuvo fuerzas para anexionarse nuevas posesiones.
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|
La
decadencia del Imperio
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A
pesar de la paz interna y de la creación de un gran mercado
comercial, a partir del siglo II ya no se produjo un crecimiento
económico y probablemente tampoco de la población. Italia
continuaba vaciándose de sus pobladores, que emigraban a Roma o
partían para provincias lejanas de Oriente y Occidente. La
agricultura y la industria eran más prósperas cuanto más
lejos de la capital se asentaban. Cada vez había menos hombres
para integrar los ejércitos, la ausencia de guerras de
conquista dejó desprovisto el mercado de esclavos y el sistema
económico, basado en el trabajo de mano de obra esclava, comenzó
a experimentar quebrantos como consecuencia de su falta, ya que
los agricultores y artesanos libres habían casi desaparecido de
la parte occidental del imperio. En las fronteras presionaban
cada vez con más fuerza pueblos bárbaros, pugnando por
penetrar en las tierras del imperio. Las ciudades iniciaron su
decadencia, pues los ricos burgueses que residían en ellas se
vieron asediados por obligaciones e impuestos cada vez más
abrumadores. Como consecuencia, los propietarios rurales
volvieron a sus posesiones. |
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La desurbanización, muy fuerte en
la parte occidental del imperio, dejó a éste sin su base
social. Se volvió a la autarquía de cada territorio y el
comercio decayó. La navegación se hizo más difícil. El poder
del estado se debilitaba, y en cambio los grandes propietarios
rurales comenzaban a organizar pequeños ejércitos privados y a
impartir justicia en sus dominios.
El
siglo III vio acentuarse el aspecto militar de los emperadores,
hasta eclipsar todos los demás. Se produjeron varios períodos
de anarquía militar, en el transcurso de los cuales varios
emperadores se repartieron el poder y el territorio, luchando
entre sí. Las fronteras orientales, con Persia, y las del
norte, con los pueblos germanos, amenazaron con verse
desbordadas. Bretaña, Dacia y parte de Germania fueron
abandonadas, ante la imposibilidad de garantizar su defensa. Los
emperadores Aureliano (270-275) y Diocleciano (284-305) apenas
pudieron contener la crisis. El último intentó con gran energía
reorganizar el imperio, dividiéndolo en dos partes, cada una de
las cuales fue gobernada por un augusto, que asoció a su
gobierno a un césar, destinado a ser su sucesor. Pero el
sistema de la tetrarquía no dio resultado.
Apenas
abdicó Diocleciano se inició una nueva guerra civil.
Constantino (306-337) favoreció al cristianismo, que
progresivamente fue adoptado como religión oficial. La
esclerosis del mundo romano era tal que la antigua división
administrativa se convirtió en política a partir de Teodosio I
(379-395), que fue el último emperador que extendió su
autoridad sobre todo el imperio. La parte oriental, cuya capital
fue establecida en Constantinopla, conservaba una mayor
vitalidad geográfica y económica, mientras que el imperio
occidental, en el que diversos pueblos bárbaros, unas veces
como atacantes y otras como aliados, efectuaban incursiones cada
vez más profundas, se descompuso con rapidez. En 410, el rey
godo Alarico saqueó Roma. Las fuerzas imperiales, sumadas a las
de los aliados bárbaros, consiguieron todavía una última
victoria al derrotar a Atila en la batalla de los Campos Cataláunicos
(451). El último emperador de Occidente, Rómulo Augústulo,
fue depuesto por el rey hérulo Odoacro (476). El imperio de
Oriente prolongó su existencia, con diversas vicisitudes,
durante un milenio, hasta la conquista de Constantinopla por los
turcos (1453).
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