Reportaje
especial
Las misiones guaraníes
Artículo extraído del portal
La expulsión de los jesuitas de los dominios españoles,
de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes
http://cervantesvirtual.com/bib_tematica/jesuitas/
La obra misionera de los
jesuitas constituyó uno de los principales signos de identidad
de la Compañía.
Esta iniciativa fue importantísima
no solo en virtud del elevado número de colegios creados, sino
también por las peculiares características de las fundaciones.
En estos establecimientos -tanto en China como en América-, los
jesuitas se mostraron partidarios de un declarado sincretismo religioso,
esto es, no tuvieron ningún tipo de escrúpulos a la hora
de aceptar o adaptar ritos paganos con tal de llevar a los pobladores
de dichas tierras la palabra de Cristo. La Compañía decidió
respetar los particularismos religiosos con la intención de utilizarlos
para el adoctrinamiento cristiano. Por ello, sus miembros recibieron múltiples
críticas y acusaciones por parte de las otras órdenes religiosas,
recelosas de los éxitos jesuitas.
Las
misiones más trascendentales fueron las célebres reducciones
guaraníes, que dieron origen al mito del Estado o República
Jesuita, que a la postre acabó resultando nefasto para el futuro
de la Compañía.
Aunque los jesuitas fundaron
misiones en México, California, Ecuador y cerca del lago Titicaca,
los establecimientos más conocidos fueron los guaraníes,
que se localizaron en una zona extensísima (la del Paraná)
situada entre Paraguay, Uruguay y Argentina.
Era una región cuyas
características permitían las fundaciones (los indios eran
sedentarios, su principal actividad era la agricultura y podían
ser reducidos a encomiendas o esclavizados por los bandeirantes
portugueses).
La Compañía
se instaló en esta zona hacia 1550-1551, siendo el P. Manuel de
Lobrega quien inició la evangelización. Carlos I fue reticente
a conceder permiso a los jesuitas para ir a América. Felipe II
también fue remiso. Pero en 1565 aparecieron las primeras reducciones
de carácter oficial. En 1609 se fundó la primera misión
al norte de Iguazú y en 1615 existían ya ocho reducciones
o poblaciones para indígenas y misioneros con hinterland
propio. Ello les servía para proveerse de bienes de subsistencia,
para poder preservar a los indios de la explotación de españoles
o portugueses y para poder adoctrinarlos católicamente, manteniéndolos
alejados de la sociedad colonial y las corrupciones que esta entrañaba
(también evitaban así problemas con los encomenderos).
En
1611 se publicó la real orden de protección de las reducciones.
Cada misión contaba con una iglesia y cabildo propio con total
autonomía para gobernarse siempre que existiera un representante
del rey allí. Se prohibía el acceso a las reducciones a
españoles, mestizos y negros, y se garantizaba a los indios que
nunca caerían en manos de encomenderos... Sin embargo, pese a estas
reales órdenes, no estuvieron libres de las incursiones portuguesas.
Entre 1628 y 1631, los indios capturados por los portugueses superaron
los 60.000. No se debe dejar de tener presente que el miedo a la esclavitud
fue una de las claves del éxito de las reducciones (más
que el carácter persuasivo de los jesuitas). Ante esta situación,
los miembros de la Compañía organizaron estas reducciones
con pertrechos claramente defensivos (planta cuadrada rodeada de empalizadas
y fosos, con milicias armadas de indios adiestrados y cuerpos de caballería
para la defensa, con plaza en el centro y la iglesia, de la que partían
todas las calles). La organización misionera no solo se limitaba
a tareas doctrinales, sino que organizaba la vida económica y política
fundada en la sólida preparación de los jesuitas que iban
allí (que poseían grandes conocimientos prácticos
en arquitectura, medicina, ingeniería y artesanía).
Los jesuitas respetaban
la organización familiar de los indígenas. Su lucha se centró
principalmente contra la poligamia. Incluso a la hora de organizar las
fiestas de los matrimonios, se respetaba el ceremonial tradicional indígena,
practicándose posteriormente el ceremonial católico. Tras
el matrimonio se les dotaba a los cónyuges de casa y tierra. Los
jesuitas respetaban a los caciques y les daban acceso al cabildo de la
reducción, que era la institución de gobierno con sus alcaldes
mayores, oidores, etc. Este consejo se elegía por votación
entre los recomendados por los salientes. Uno de los miembros del cabildo
era jesuita. También había un corregidor, nombrado por el
Consejo de Indias. Existía un director espiritual jesuita y un
director ecónomo de la reducción, con una legislación
a todos los niveles, sin pena de muerte. La relación entre las
reducciones era semejante a la de una confederación.
En lo que se refiere a
la forma tributaria de distribución de la tierra, esta se dividía
en tierra de Dios, comunal del pueblo, y las parcelas individuales de
los indígenas. La tierra de Dios la conformaban las mejores tierras,
tanto agrícolas como ganaderas, y era trabajada por turnos por
todos los indios. Los beneficios de esta tierra de Dios se dedicaban a
la construcción y al mantenimiento del templo, el hospital y la
escuela. Los beneficios de la propiedad comunal también se destinaban
para pagar a la Real Hacienda y los excedentes servían para fomentar
la propia economía. Las parcelas individuales proporcionaban a
los indios su sustento familiar y si conseguían excedentes, estos
pasaban al silo común para ser consumidos en momentos de necesidad
o vendidos en situaciones de bonanza. Para evitar el absentismo, los jesuitas
propusieron un horario de trabajo rígido, de seis horas laborables
diarias, que era ciertamente cómodo si lo contrastamos con las
doce horas que tenían que trabajar los indios en las encomiendas.
Pese a la diferencia de horas, hemos de hacer constar que los rendimientos
eran mucho más elevados en las reducciones que en las encomiendas.
Se recogían hasta cuatro cosechas de maíz; también
cultivaban algodón, caña de azúcar, la hierba mate
(que en el XVIII cultivaban los jesuitas y se llegó a convertir
desde principios de este siglo en el primer producto exportable hacia
el resto de las áreas coloniales). También desarrollaron
la ganadería, permitiendo a su vez la realización de trabajos
artesanales (sobre todo, el cuero y su exportación). Todos estos
factores favorables impulsaron el comercio de las reducciones a través
de las grandes vías fluviales. Como hecho significativo, cabe destacar
que dentro de las reducciones no existía la moneda, sino que se
practicaba el trueque. En el comercio exterior sí se utilizaba
moneda, que se atesoraba para comprar los artículos que no se producían
en la misión.
Con
su gran desarrollo, las reducciones guaraníes se transformaron
en fuertes competidoras de las ciudades cercanas (como Asunción
o Buenos Aires). En estas comenzó el malestar y el mito de las
grandes riquezas atesoradas en las misiones. Llamaba la atención
que comprasen artículos de oro y plata para magnificar el culto.
Es posible que no sea del todo equivocado este mito porque existían
conexiones entre las reducciones y los colegios jesuitas de toda América
y se sabe que los bienes de los colegios, seminarios y las tierras que
los sustentaban pudieron ser compradas gracias al dinero de las reducciones.
También se decía de los padres de la Compañía
que mantenían circuitos de capitales y actuaban de depósito
de muchos seglares.
La situación estratégica
de las reducciones, entre las posesiones de españoles y portugueses,
se convirtió en tema peligroso y una de las causas de su ruina,
porque las milicias de las reducciones eran un obstáculo serio
para el avance portugués hacia el sur. Durante el reinado de Felipe
V, la Monarquía apoyó a los jesuitas por estas razones.
Pero lentamente los constantes choques de España contra Portugal
y la necesidad de concretar los límites entre ambos países
vieron en las reducciones un gran obstáculo. Los jesuitas esgrimieron
su obediencia al papa, resistiéndose a aceptar los acuerdos entre
Lisboa y Madrid. En 1750, en virtud del célebre Tratado de Límites
de Madrid, impulsado por el ministro José de Carvajal, se estableció
que Portugal devolviera a España la provincia de Sacramento a cambio
del territorio cercano al río Paraguay, donde había reducciones
con más de 30.000 indios. Los jesuitas se negaron a abandonar las
reducciones iniciándose la guerra guaraní entre las tropas
hispano-portuguesas y los indios, capitaneados por algunos jesuitas. La
guerra no finalizó hasta 1756. Tras ella, las reducciones no volverían
a recuperarse.
Por entonces, la campaña de desprestigio contra los jesuitas estaba ya en marcha. Los padres
de la Compañía fueron acusados de resistencia a la autoridad, por seguir las tesis políticas del P.
Mariana sobre el tiranicidio. Recibieron múltiples ataques e invectivas de antijesuitas y regalistas,
quienes les acusaron de querer acabar con el rey.
A partir de la guerra guaraní
se desencadenó un momento muy crítico en toda Europa. En
Portugal, el marqués de Pombal publicó la Relación
abreviada de la República de los jesuitas, considerándoles
abiertamente enemigos de Portugal (1757). Otra obra polémica que
dañó considerablemente la imagen de la Compañía
fue la Historia de Nicolás I, rey de Paraguay.
Posteriormente, en España se extendió la idea de que los jesuitas habían sido los instigadores
de los motines del 1766 y de que tenían el propósito de acabar con Carlos III para imponer a un
monarca que mostrase total obediencia al Papa. El año siguiente, la Compañía de Jesús fue
expulsada de los dominios españoles. Y en 1773 fue extinguida.
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